Los druidas
Conocemos a los druidas principalmente por la sociedad céltica, en el seno de la cual guardaban los estatutos de los sacerdotes, de los dioses, de los adivinadores, de los profetas; nos referimos a los diferentes pueblos célticos cuyas distintas denominaciones parecen más bien, determinadas por sus zonas geográficas de pertenencia (Galos, Galeses, Gaélicos, Gallegos, Bretones, Gálatas, etc.). De hecho los druidas, en sentido estricto, cumplían la función de sacerdotes en la tradición celta; en sentido más amplio, establecieron unas síntesis absorbiendo ciertos conocimientos, particularmente los provenientes de los chamanes. No obstante, los autores griegos y latinos contemporáneos a los celtas, a menudo materialistas y muy críticos con nuestros antepasados, quedaron impresionados por su carisma y sus conocimientos. Así los numerosos autores clásicos de la Antigüedad fueron admiradores de los druidas: Aristóteles les alabó por su filosofía sobre la trasmigración de las almas, Cicerón rindió homenaje al druida Diviciacus por su conocimiento sobre las leyes de la naturaleza y sus predicciones sobre el futuro, etc. Estas observaciones entran en contradicción con las opiniones realizadas por los autores cristianos los siglos siguientes, otorgándoles el calificativo de simples brujos. Afortunadamente, ciertos historiadores en busca del pasado cultural de Occidente devolvieron a la luz la historia céltica y devolvieron al druidismo sus colores. A la luz de los estudios llevados a cabo sobre la sociedad céltica y el pensamiento druídico, las opiniones de los antiguos se vieron confirmadas. Los druidas no eran simples brujos en sentido peyorativo, término con el que fueron calificados durante mucho tiempo. Sus funciones en la sociedad se extendían mucho más allá que las de un sacerdote responsable únicamente de la dirección espiritual. También eran jueces, narradores, embajadores, educadores, naturalistas, médicos, astrónomos, arquitectos, filósofos, instauradores de la armonía social. En la antigua Irlanda, el fila es el equivalente al vate galo, y sin embargo se le atribuyen numerosas características propias de los druidas. Reencontramos en él al dueño de la palabra, al juez, al narrador, al mago invocador, al sanador por las plantas y las prácticas chamánicas, al arpista y al copero. Estos grandes hombres, meditando y profundizando en sus doctrinas, no se fijaban en los dogmas, y la divulgación de sus enseñanzas garantizaba la evolución y el enriquecimiento creciente de sus conocimientos. La palabra druida, proviene de la palabra celta dru-wides y significa muy brillante, muy vidente, muy sabio. En el seno de los bosques sagrados o más raramente en las cuevas, enseñaban a sus alumnos sus conocimientos. Las enseñanzas druídicas de la Antigüedad se dispensaban en el seno de escuelas de la madera, abiertas a todo individuo que tenía la voluntad de formarse durante una veintena de años, en las artes, ciencias, filosofía, magia, metafísica, derecho, justicia, astronomía, etc.
Conocemos a los druidas principalmente por la sociedad céltica, en el seno de la cual guardaban los estatutos de los sacerdotes, de los dioses, de los adivinadores, de los profetas; nos referimos a los diferentes pueblos célticos cuyas distintas denominaciones parecen más bien, determinadas por sus zonas geográficas de pertenencia (Galos, Galeses, Gaélicos, Gallegos, Bretones, Gálatas, etc.). De hecho los druidas, en sentido estricto, cumplían la función de sacerdotes en la tradición celta; en sentido más amplio, establecieron unas síntesis absorbiendo ciertos conocimientos, particularmente los provenientes de los chamanes. No obstante, los autores griegos y latinos contemporáneos a los celtas, a menudo materialistas y muy críticos con nuestros antepasados, quedaron impresionados por su carisma y sus conocimientos. Así los numerosos autores clásicos de la Antigüedad fueron admiradores de los druidas: Aristóteles les alabó por su filosofía sobre la trasmigración de las almas, Cicerón rindió homenaje al druida Diviciacus por su conocimiento sobre las leyes de la naturaleza y sus predicciones sobre el futuro, etc. Estas observaciones entran en contradicción con las opiniones realizadas por los autores cristianos los siglos siguientes, otorgándoles el calificativo de simples brujos. Afortunadamente, ciertos historiadores en busca del pasado cultural de Occidente devolvieron a la luz la historia céltica y devolvieron al druidismo sus colores. A la luz de los estudios llevados a cabo sobre la sociedad céltica y el pensamiento druídico, las opiniones de los antiguos se vieron confirmadas. Los druidas no eran simples brujos en sentido peyorativo, término con el que fueron calificados durante mucho tiempo. Sus funciones en la sociedad se extendían mucho más allá que las de un sacerdote responsable únicamente de la dirección espiritual. También eran jueces, narradores, embajadores, educadores, naturalistas, médicos, astrónomos, arquitectos, filósofos, instauradores de la armonía social. En la antigua Irlanda, el fila es el equivalente al vate galo, y sin embargo se le atribuyen numerosas características propias de los druidas. Reencontramos en él al dueño de la palabra, al juez, al narrador, al mago invocador, al sanador por las plantas y las prácticas chamánicas, al arpista y al copero. Estos grandes hombres, meditando y profundizando en sus doctrinas, no se fijaban en los dogmas, y la divulgación de sus enseñanzas garantizaba la evolución y el enriquecimiento creciente de sus conocimientos. La palabra druida, proviene de la palabra celta dru-wides y significa muy brillante, muy vidente, muy sabio. En el seno de los bosques sagrados o más raramente en las cuevas, enseñaban a sus alumnos sus conocimientos. Las enseñanzas druídicas de la Antigüedad se dispensaban en el seno de escuelas de la madera, abiertas a todo individuo que tenía la voluntad de formarse durante una veintena de años, en las artes, ciencias, filosofía, magia, metafísica, derecho, justicia, astronomía, etc.